Por qué es tan importante enseñar a escribir

Esta tarde he tenido una epifanía: una corriente pedagógica habla de la necesidad de enseñar a los chavales a producir todo tipo de textos para que maduren. Sí, ¡por fin! Enseñar a escribir como base fundamental.

Haciendo un curso de formación para profesores sobre el ámbito sociolingüístico, esto de dar las asignaturas de humanidades, uno o dos profesores al alimón, mezclando contenidos pertinentes de todas, viendo las humanidades como un todo, algo que parece muy moderno pero es muy antiguo y, después de haber hecho (por desgracia) unos cuantos cursos más en los que no había aprendido absolutamente nada, de repente, como decía, esta tarde he tenido un momento de éxtasis pedagógico.

Soy profesora (en este 2020) desde hace menos de tres años y anteriormente trabajé haciendo contenidos para otros, todo tipo de contenidos que podríamos englobar dentro del marketing y la comunicación para empresas y autónomos; y en ese sector siempre he visto las mismas carencias, personas muy profesionales dentro de su sector específico que no eran capaces de explicar sus servicios, sus productos o simplemente exponer quiénes eran. Estamos hablando incluso de personas con estudios de posgrado a las que no se les puede sacar de repetir los contenidos o las técnicas que aprendieron y siguen practicando a base de repetición.

Es por ello que mi primera prueba de nivel que les hago a los chavales en todos los cursos a los que llego (incluso cuando es una pequeña sustitución) es hacer dos redacciones: una sobre un tema que les apasione de verdad: el fútbol, la música, los videojuegos, la gimnasia rítmica… Y otra sobre un referente, una persona a la que admiren: su cantante favorito, su deportista favorito, su abuelo, su madre…

Muchos compañeros y otros tantos alumnos no entienden por qué no pongo el típico examen de rellenar con los contenidos repetidos desde primaria: las tildes, los elementos de la comunicación, determinantes y pronombres, etc., para así poderles poner ya un número desde la primera semana, este es un 6, este un 2, esta otra un 7…

Con estas dos redacciones yo veo cómo escriben, es decir, la forma, si tienen faltas o no, si saben puntuar, si concuerdan sujetos con verbos, etc., si el texto está ordenado (cohesión), si son capaces de desarrollar diferentes puntos sobre un tema con cierto sentido (coherencia), si saben adecuar el texto y no empezarlo como hablan con un «pues bueno…» o un «en plan»…

Además, me pasan mucha información personal que me ayuda a conocerlos, el fondo, ya sé lo que les gusta hacer, a quién admiran y por qué, qué valores tienen más o menos, qué sienten, qué les preocupa, etc., y esto me ayuda a saber con qué ejemplos, ejercicios o textos podría engancharles más, podría conectar con ellos.

En definitiva, al ver cómo escriben cuando hablan desde el corazón de cosas que les gustan, soy capaz de detectar (más o menos) el nivel de madurez intelectual de los individuos y el nivel del grupo en general para saber por dónde empezar o dónde incidir más e ir adaptándome. Y lo más importante, si un error no se está cometiendo, no pierdo el tiempo en darlo por mucho que esté en el curriculum; y, al contrario, si detecto errores comunes de base, ya sé dónde atacar.

Después de esta «vivécdota» vuelvo a una pregunta que se plantea en el curso que estoy haciendo sobre cuál es mi punto de vista respecto de basar los ámbitos en la producción de textos como metodología, es decir, que los chavales aprendan escribiendo sus propios textos sobre la demografía en España, sobre la Edad Media o sobre la Generación del 27. Mi punto de vista es que no sé si este sistema será perfecto (el tiempo dirá) pero desde luego parece uno de los mejores que he visto hasta ahora. Mi respuesta es sí, sí y mil veces sí. Lo razono.

Hay muchas claves que se solucionan con este sistema de aprender mediante la creación y producción de textos:

  • Los profesores deben seleccionar contenidos pertinentes, es decir, hay que dar a esos contenidos un sentido, un porqué, justificarnos a nosotros mismos y a los alumnos la eterna pregunta de: «y esto, ¿para qué sirve?». Además hay que relacionarlos. Aquí no vale dar islas de conocimiento «porque se han dado siempre». Enseñar a escribir con un objetivo.
  • Eliminamos de la ecuación el conocimiento inservible, algo que los alumnos comentan siempre (si se les escucha): «me lo aprendo, hago el examen y ya no me acuerdo de nada al día siguiente» y «lo copio, relleno la libreta con hojas y hojas de ejercicios porque es lo que quieren pero no me estoy enterando de nada».
  • Les «obligamos» a producir. En una sociedad de consumo exacerbado como la que tenemos, el reto de producir se hace imprescindible. Solo se espera de todos nosotros que compremos, compremos y compremos, y consumamos todo de forma rápida, instantánea y superficial: comida rápida, amor rápido, contenidos rápidos… Deglutimos contenidos de usar y tirar para volver a comprar; sin reflexión, sin calma, sin apenas disfrute, contenidos al peso donde prima la cantidad frente a la calidad: series, tiktoks, publicaciones de Instagram…
    Cuando producimos tenemos que tomarnos nuestro tiempo, buscar, indagar, reflexionar, equivocarnos, borrar, volver a seleccionar, enfrentarnos al folio en blanco, al no sé por dónde empezar, copiamos pero también aprendemos a copiar cada vez mejor. Además, cuando uno produce algo, valora más el esfuerzo de los demás cuando lo hacen ellos. Youtube se ve fácil cuando tú no has tenido que seleccionar un tema, hacer un plan, un guion, grabarlo, editarlo, subirlo, etc. Si crees que ser youtuber es fácil, prueba a abrirte un canal.
  • Con el proceso de producción de textos, de todos los tipos de textos (argumentativos, entrevistas, presentaciones, iconográficos…), se crean estructuras mentales que no se pueden formar de otra manera. El autodidactismo es la clave para la resolución de futuros problemas. Madurar es prever las consecuencias de nuestros actos y ese camino tenemos que andarlo solos, podemos tener un preparador físico para entrenar, ese profe que nos guía, pero el camino se hace al andar y nadie debe andarlo por nosotros. Tomar decisiones, equivocarse, rectificar, frustrarse, vivir las consecuencias, buenas y malas… y volver a empezar.

¿Cuál es el principal problema que podría tener este sistema desde mi punto de vista?

Que las correcciones constantes y continuas son absolutamente imprescindibles, no se pueden generar textos, en la mayoría de los casos los alumnos comienzan por copiapegar del primer resultado de Google, y que el profesor no lo detecte, no los lea y los corrija punto por punto con atención al fondo y la forma, de manera personalizada. El profesor tiene que estar encima de esos textos, corregir individualmente para redirigir al colectivo.

Con ratios (número de alumnos por aula) bajas ya es un trabajo ingente pero con ratios altas se hace inviable o extenuante, un profesor (y lo digo por experiencia) no puede corregir 120-150 textos todas las semanas.

No quiero acabar sin aportar mi granito de arena a esta nueva metodología de la producción de textos sobre uno de los puntos que se plantea como dificultad. ¿Qué hacemos por ejemplo con la enseñanza de la sintaxis, la morfología… la gramática en general cuando trata los conceptos más abstractos del lenguaje? No podemos hacer que un niño argumente sobre el sujeto y el predicado.

La respuesta para una profe de lengua que se pasa medio año corrigiendo es sencilla, los textos y por lo tanto, los alumnos, lo piden a gritos. Cuando se describe la metodología: primero tienen que buscar información de diferentes fuentes, después estructuran el texto, hacen un borrador… etc., etc., el último punto suele ser la evaluación. Todo se termina cuando valoramos cómo ha ido el texto (bien, regular, 5, 8, ha alcanzado los objetivos o no, apto o no apto).

Sin embargo, a mí la evaluación me parece el punto de partida. Yo añadiría un punto: la rectificación; o a lo mejor simplemente la evaluación de ese texto es el punto cero del tema siguiente: una vez corregidos y valorados los textos se hace imprescindible una puesta en común de los fallos (ortográficos, gramaticales, de expresión, de redacción, textuales…) y una corrección en común de los mismos «colando» en ese momento toda la teoría gramatical, no como islas de conocimiento inútiles, sino como armas fundamentales para que el siguiente texto sea mejor.

Por ejemplo, un error común en todas las redacciones de mis alumnos son los porqués, algo que como tal aparece en muy pocos libros de texto y desde luego no se da como unidad didáctica per se. Cuando les corrijo las redacciones nunca corrijo el error, simplemente subrayo la palabra o construcción que está mal y son ellos los que tienen que pensar qué está mal ahí. «¿es porque le falta una hache?» «Profe, ¿dónde lleva la tilde?» (a lo que les respondo siempre que no sé, que lo busquen… y les doy posibilidades de dónde y cómo buscar).

Al final sí les doy una explicación de los porqués para que tengan claro que hay cuatro tipos distintos y procuro darles un «truqui» o una prueba para reconocer cada uno de ellos. De cada redacción que hacen apuntan sus faltas en un glosario que van acumulando en la libreta y así a la siguiente ven si tienen menos faltas y/o si siguen cometiendo las mismas. Hacemos lo mismo cuando los contenidos son «más de geografía» o cuando producimos en valenciano.

El resultado no es solo que efectivamente van cometiendo menos faltas y cada vez redactan mejor, es que se convierten en cazadores de faltas y textos mal escritos, les encanta convertirse en pequeños inquisidores lingüísticos y traen sus experiencias a clase: «ayer tal presentador dijo dejasteS», «ayer en TikTok vi a varios que ponían para ti con tilde».

La norma gramatical ya no es la teoría que no entiendo, esa que tengo que soltar en un examen de rellenar huecos, sino un arma que me da cierto poder y control sobre lo que quiero decir. Siempre les digo a mis alumnos: «¡escribir bien te da Power, te hace sentir poderosa!»

Ilustración: El profesor Don Pardino
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