Homenaje a mi padre Florentino Tarrero. Valladolid 1928-Valencia 2011

Pido disculpas de antemano porque este debería ser un artículo sobre la navidad, bueno, y en cierto modo lo es, aunque no hablaré en él de sus símbolos: el árbol, las luces, los villancicos y las compras, los atracones y los regalos. Voy a hablaros de mis navidades y de una ausencia-presencia que hace que esta navidad sea diferente y especial.

Durante muchos años, el símbolo de la navidad en mi casa ha sido una maleta. Con más de media familia repartida por España nuestras navidades eran ¿vais a venir o vamos nosotros? ¿En vuestra casa o en la nuestra? Así que un año hacíamos nosotros las maletas y otro era nuestra casa la que se llenaba de ellas… Quedan pocos días para Nochebuena y este año ya las tenemos abiertas encima de una cama poniendo un par de cosas cada día “para que no se me olvide”… este año, tenemos una maletita más: la de mi hijo y tenemos una maleta menos insustituible: la de mi padre.

Mientras hago estas maletas no puedo evitar recordar lo que le gustaban a mi padre (¡y a nosotros!) los viajes sorpresa: llegaba de trabajar el viernes y decía a mi madre: ¡hále!, coge una muda que nos vamos a ver a las chicas a Soria… , eso lo hemos heredado las hijas: hace unos años hubo una navidad en que no nos íbamos a juntar la familia. Estábamos todos desangelados, mi madre no sabía ni qué hacer de cena…”no tengo ganas de ná” decía, hasta que el 24 de diciembre a mediodía, sonó el timbre y cuando abrimos: ¡sorpresa!, ¡feliz navidad!… mis hermanas, mis cuñados, mis sobrinos…qué alegrón.

Mientras voy doblando estos jerseys para cuadrarlos dentro de esta maleta donde seguro no me cabrá todo me doy cuenta de que de mi padre he aprendido a saborear  esa  vitalidad: lo importante es buen comer, buen beber, buenas sobremesas hasta las seis de la tarde en familia… para eso no hay que tener pereza y donde comen diez comen quince.

De él he aprendido a ser honrada, pobre pero honrada, “que no te tengan que sacar los colores”, “que puedas dormir tranquila” decía…

Trabajador incansable aprendí de mi padre que ser una persona trabajadora es un honor y además es divertido. Nunca se cansaba de gastar bromas a sus compañeros de trabajo que le echan de menos y le lloran como si fuera de su familia. Todos aprendimos de él que siempre hay un chiste, que digo uno, cincuenta, para cada ocasión aunque nunca seremos capaces  de memorizar ninguno de los que él contaba durante horas.

Mi padre me ha enseñado que el dinero va y viene y que para lo único que es bueno es para ayudar a la familia, si te permite comprar buena comida y buena bebida para compartirla o para pagar, pagar sin miramientos, no deber nada a nadie e invitar a quién haga falta mientras otros se meten las manos en los bolsillos buscando una cartera que parece perdida en un agujero negro.

Veo a mi madre haciendo su maleta y me doy cuenta de que de mi padre he aprendido también qué es la fidelidad: sesenta años con la misma mujer y adorándola hasta el último día. ¡Qué envidia! Siempre soñé con encontrar un hombre que me quisiera tanto como mi padre a mi madre. Y la lealtad a los amigos que es otra forma de fidelidad… algún amigo me comentaba estos días… qué hueco, Arantxa, qué hueco tenemos, cómo se nota…

Y es que mi padre ha sido ante todo, un hombre honesto, de los de antes, de los que se puede buscar un problema por no saber mentir, ni engañar, que no se calla cuando ve una injusticia, que defiende y ayuda a los suyos, de los de la frente alta y la conciencia transparente. ¡Cuánto me has enseñado!, ahora me doy cuenta de todo lo tuyo que llevo en mí.

Intento cuadrar los calcetines en las esquinas de la maleta y pienso que se aprende a vivir con su ausencia, con ese trocito de corazón encogido, se aprende a seguir luchando sin su ayuda, se aprende a seguir siendo alegre sin sus chistes, se aprende a comer, beber y brindar sin su presencia física pero no se aprende nunca a que a una no se le caigan las lágrimas, incluso muchas veces con una sonrisa en los labios, recordando sus genialidades, su mala leche, su corazón, ese que no le cabía en el pecho, su vehemencia defendiendo al Real Madrid (¡qué pesadito!), sus manías, sus costumbres.

Estos días hablo con gente sobre la ausencia de mi padre y descubro la cantidad de gente que también tiene sus ausencias… en muchos casos han pasado años y todos me dicen… no importa el tiempo que pase, no se aprende nunca a no echar de menos, tienes que vivirlo desde el cariño.  Y llena de cariño pienso que aunque no me toque la lotería no importa, a mí ya me tocó con la familia que tengo…

Papá, este año nos juntaremos todos y pondremos una mesa bien larga llena de marisco, como a ti te gusta, como siempre hablaremos gritando y nadie escuchará a nadie, cuando ya estemos “contentos” los cuñados intentarán contar algún chiste de los tuyos sin mucha gracia, ya sabes, descorcharemos un buen cava y pegaremos en el techo con el corcho… y brindaremos por ti y lloraremos como magdalenas porque cuando te fuiste cargaste con el cuerpo pero no con el recuerdo… no te preocupes, estamos bien, me criaste fuerte y me enseñaste todo lo que necesito para sobrevivir.

¡Feliz Navidad papá!, intentaré ser feliz por si me está viendo.

P.D.: Te quiero (por todas las veces que me dio vergüenza decírtelo)

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