El discurso del odio es el prólogo al acto de odio. Cuidadito con los «haters»
La historia nos demuestra una y otra vez que el discurso del odio es el prólogo al acto de odio. Durante los años 30 del siglo XX, el partido nazi, dirigido por Hitler, se dedicó a generar propaganda antisistema, convocar manifestaciones, encender revueltas callejeras y promover una sensación de caos en una época (recordemos) de gran depresión económica. Alemania había sido derrotada en la Primera Guerra Mundial y debía pagar su osadía en lo moral y, especialmente, en lo económico.
En un contexto así era fácil hacer que brotara el odio en un campo sembrado de paro, resentimiento nacional y humillación. En estas circunstancias, un buen sistema propagandístico podría obtener unos resultados extraordinarios, como así fue.
En la actualidad los discursos de odio no han cambiado nada, de hecho a veces parece que todos tengan el mismo manual y lo sigan paso a paso. Son terribles fotocopias unos de otros.
El discurso de odio se fundamenta en definirse en negativo, por contra, es decir, odio es «antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea». Y los enemigos siguen, más o menos, siendo los mismos: cualquier nacionalidad, religión, orientación sexual, aspecto, canon, estatus social o económico, ideología, color de piel, idioma o cultura que no sea la mía.
¿Cómo se estructura el discurso del odio? De Hitler a nuestros días.
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Racismo:
La culpa de todos los males la tiene el otro, el diferente. Así Hitler creó un discurso antisemita donde se llegó a decir que los judíos se comían a sus bebés. El mismo argumento se usó contra las mujeres republicanas en España. Trump contra los latinos «portadores de enfermedades y todo mal». «El virus chino». Los inmigrantes que «vienen a quitarnos el trabajo» argumento que se da en todos los tiempos en cualquier parte del mundo. Contra los negros (da igual en qué país o época diga esto), contra los gitanos, contra los indígenas, contra todo aquel que no sea yo y mis amigotes.
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Victimismo: «hemos sido traicionados».
Hitler exaltaba a las masas explicando la gran traición sufrida por Alemania con el Tratado de Versalles; Trump, Kim Jong-un, Orbán, Erdogán… siempre muestran su lado más sensible y más amable cuando narran cómo ellos sí han querido ayudar, colaborar o hacer las cosas bien pero son otros los que les han obligado «a ser un poco malos» como respuesta a una traición imperdonable. El discurso del machismo basa más de la mitad de sus argumentos en «yo no quería pero tú con tus traiciones (a mis expectativas inventadas y aleatorias) me abocas irremediablemente a la ira y me obligas a ser violento».
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Reescritura de la historia basándose en una épica inventada:
No hay dictador o tirano (aunque haya sido elegido democráticamente) que no hable de restaurar un imperio perdido (por culpa de “los otros”) donde una vez su nación dominó el mundo. Hitler hablaba del Gran Imperio Germánico y su necesidad de espacio vital, Trump con su «Make America Great Again», Vox reivindicando figuras como Pelayo en la Reconquista o el Cid (que no fue otra cosa que un mercenario de guerra).
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Censura de cualquier discurso disidente:
Cuántas veces hemos visto en las películas y documentales «de nazis» la quema de libros y librerías por las juventudes hitlerianas. Todos los días vemos en los telediarios cómo se reprimen las manifestaciones en Turquía. Cómo Hungría y Rusia suprimen por la fuerza cualquier expresión asociada a la cultura LGTBI. Cómo no funcionan la mitad de las redes sociales de occidente en China. Cómo en medio mundo se sigue sin dejar estudiar a las mujeres porque saben lo que pasa después de formar a una niña. Cómo en España se ha sugerido por parte de Vox, por ejemplo, que habría que cerrar ciertos medios de comunicación (críticos con ellos, claro).
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Educación y ocio adoctrinados:
El adoctrinamiento de la juventud es una constante en cualquier gobierno, religión o grupo extremo. El odio hay que cultivarlo cuanto más pronto mejor ya que los jóvenes son un caldo de cultivo excelente puesto que tienen el disco duro más vacío, son más pasionales, todavía están buscando su lugar en el mundo y reaccionan excelentemente a la atención. Las juventudes hitlerianas, las juventudes anarquistas, falangistas, comunistas, los kaleborrokas, el adoctrinamiento yihadista… la educación para el terror que se entrena a diario. Con los jóvenes funciona muy bien el «si no estás conmigo, estás contra mí» debido a su necesidad de pertenecer y ser aceptados por un grupo. Es muy goloso para cualquier persona pensar que eres mejor que otro cuando te lo están diciendo todo el día. Y con esto empalmo el siguiente punto.
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El discurso biológico y pseudocientífico:
Todos los nacionalismos sean de alta o baja intensidad acaban exponiendo alguna vez alguna teoría del tipo «somos una raza superior porque …» «se demuestra genéticamente que ellos son una raza inferior porque … y por eso ellos están aquí solo para servirnos…» Hitler y su discurso de la raza aria superior y pura cuando usaba a los del Este, checos, polacos, como esclavos; Trump y sus discursos supremacista afines al Ku Klux Klan donde el hombre varón, blanco y heterosexual es el único modelo; en España hemos oído hablar de cosas como el «gen vasco» de Arzalluz para defender una identidad racial diferente «al otro».
¿Qué ha cambiado en el discurso de odio actual?
La herramienta, el canal que usamos: internet.
Internet ha hecho todo más inmediato, más rápido y, lo que da más miedo, más anónimo. Cualquier «odiador» desde cualquier parte puede crear una cuenta anónima y en un clic extender todos estos argumentos que he comentado arriba o simplemente ir a por una persona o un colectivo e, insisto, de forma totalmente anónima, amenazar, amedrentar, insultar, injuriar, crear bulos, machacar… a otras personas, que muchas veces, no tienen recursos (ni siquiera legales) para defenderse o para que no les afecte.
No puedo entender cómo todavía no se exige que detrás de cada cuenta de cada red social haya un documento legal identificatorio, un DNI, un pasaporte o un sistema online similar que se cree ad hoc, donde llegado el caso, por lo menos las autoridades puedan saber quién o quiénes hay detrás.